No a todos los historiadores les gustan las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Ideadas por primera vez por el "padre de la historia" Heródoto en el siglo V a.C. y revisadas constantemente por otros autores clásicos, algunos expertos las consideran solo una lista arbitraria que ha dado lugar a innumerables imitaciones.
Sin embargo, aunque siguen estando rodeadas de incertidumbre y a hoy en día solo sobrevive una, sigue siendo fácil comprender por qué estos extraordinarios monumentos del ingenio humano encantaron tanto a los viajeros de la época como a los lectores modernos.
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Adaptado al español por Alba Mora Antoja, Redactora en Español para loveEXPLORING.
Alejandro Magno fundó Alejandría tras conquistar Egipto en el año 332 a.C., bautizándola con su nombre. A su muerte, tanto la ciudad como el país pasaron a manos de Ptolomeo, uno de sus principales generales. Fue el primero de los quince Ptolomeos que se sentaron en el trono egipcio, y rápidamente se dispuso a construir una capital digna de tan poderosa dinastía. Creó la Biblioteca de Alejandría, supuestamente destinada a albergar la suma de todos los conocimientos. Hizo construir una magnífica tumba para el cuerpo de Alejandro, que escondió de su lugar de descanso en Persia en las narices de sus compañeros generales. Y encargó la construcción del imponente Faro de Alejandría, que se alza en la isla de Pharos, frente a la ciudad.
Ptolomeo probablemente murió antes de poder ver terminado el proyecto, pero se cree que su hijo y sucesor, Ptolomeo II, terminó el trabajo. Con unos 107 m de altura (aunque se trata de una estimación), el faro se construyó probablemente en tres niveles de piedra, el primero cuadrado, el segundo octogonal y el tercero redondo. Era una guía para los visitantes que llegaban al puerto, y una espléndida atracción turística una vez que habían atracado. Símbolo cultural, económico e intelectual de la ciudad, el faro apareció más tarde en las monedas de Alejandría. El historiador romano Plinio el Viejo escribió 400 años después que su construcción costó 800 talentos de plata, equivalentes a unos 2,87 millones de euros de hoy en día.
La árida costa egipcia era notoriamente inhóspita para los barcos, y los ejércitos conquistadores de romanos, bizantinos y árabes confiaban en el faro de Faros para guiar a sus armadas hacia la costa. Durante unos 1.500 años, el faro soportó terremotos, olas y abandono, hasta que en el siglo XIV d.C. se produjo un terremoto de más. Algunas de sus piedras sagradas se reconstituyeron en la ciudadela de Qaitbay, que sigue en pie en el lugar. Otras cayeron al Mediterráneo, donde permanecen hoy en día, perturbadas solo por ocasionales prospecciones arqueológicas.
Los Jardines Colgantes de Babilonia son difíciles de explicar. Los historiadores antiguos describen una serie de terrazas abovedadas casi ocultas por una suntuosa vegetación, alimentadas directamente con agua del río Éufrates mediante un complejo sistema de bombas y canales. A menudo atribuyen los jardines al malvado babilónico Nabucodonosor II, famoso en las escrituras judías y cristianas por destruir el Templo de Jerusalén y esclavizar a la población judía de la ciudad. Pero los historiadores modernos no están convencidos de que los jardines estuvieran colgados, dudan de que estuvieran situados en Babilonia e incluso ponen en duda que existieran.
Los jardines están atestiguados en fuentes griegas y romanas, pero ninguna de primera mano, y no hay pruebas de ellos en ninguna inscripción babilónica superviviente ni en el registro arqueológico. Dada la facilidad con que se difunde la desinformación en el mundo interconectado de hoy, es fácil imaginar que los autores clásicos urdieran mitos y rumores hasta convertirlos en una leyenda duradera. Es igualmente posible que los jardines sean una obra de exageración típica de la antigüedad. Eso quiere decir que, quizás existieron técnicamente, pero que no fueron más que unas pocas flores del desierto y un montón de ilusiones.
Algunos historiadores tienen una explicación diferente: que no hay pruebas de los jardines porque no estaban en Babilonia en absoluto. Tras 18 años de investigación, la académica británica Stephanie Dalley sugirió en 2013 que los jardines no eran una creación babilónica, sino que fueron construidos 483 km al norte, en la ciudad de Nínive, por sus enemigos acérrimos los asirios. Sostiene que los jardines mejor documentados del rey asirio Senaquerib ("magníficos en su concepción, espectaculares en su ingeniería y brillantes en su arte") encajan perfectamente. Sea cual sea la verdad, es fácil comprender que la perspectiva de un fantástico oasis en el desierto que desafía la gravedad resulte tan atractiva para los historiadores modernos como lo fue para los romanos.
El Mausoleo de Halicarnaso, un edificio tan influyente que nos dio la palabra que utilizamos ahora para referirnos a él, se construyó para el gobernador persa Mausolo, que gobernaba tanto la ciudad como la región en el siglo IV a.C. La ambición de Mausolo, un gran líder militar que se hizo con una parte impresionante de lo que hoy es Turquía occidental, solo era comparable a su vanidad, y encargó para sí un gran monumento funerario que se alzara sobre la ciudad. El edificio no tenía precedentes en cuanto a escala, pero no en cuanto a estilo, y su diseño se inspiró en el Monumento a las Nereidas de Xanthos, en la cercana Licia.
Según Plinio el Viejo, el mausoleo se construyó con mármol de Atenas y contaba con una columnata de 36 columnas que sostenía una estatua de Mausolo montado en un carro de cuatro caballos, que lo representaba como el héroe de los héroes griegos, Hércules. Los cuatro lados del edificio estaban decorados con elaboradas estatuas y fachadas creadas por cuatro destacados artistas griegos, mientras que su tejado inclinado alcanzaba, al parecer, hasta 45 m de altura.
Los diseños eran quizá demasiado elaborados, ya que cuando Mausolo murió su tumba prevista aún no estaba lista para recibirle, y su esposa Artemisia II tuvo que asegurarse de que el edificio estuviera terminado. Para los ojos modernos, Mausolo y Artemisia mantenían una relación sorprendente. Además de su esposa, era su hermana. Una leyenda ciertamente cuestionable sostiene que estaba tan desconsolada por su fallecimiento que se bebió sus cenizas mezcladas con agua. El mausoleo fue destruido casi por completo por una serie de terremotos entre los siglos XI y XV d.C.
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Supuestamente financiado por el famoso y rico rey Creso, el Templo de Artemisa en Éfeso se construyó para ser el templo más grande y grandioso del mundo griego. El rey nunca vio su creación, pues tardaron más de 100 años en terminarlo. Sin embargo, cuando por fin se terminó en el siglo VI a.C., sus 127 columnas jónicas y fachadas bruñidas asombraron al mundo antiguo. Plinio el Viejo lo llamó "el monumento más maravilloso de la magnificencia griega", y escribió que el templo medía 130 m por 69 m, casi el doble que el Partenón.
El templo fue destruido, reconstruido y luego destruido de nuevo tras dos incendios. La primera conflagración fue un acto de pequeño vandalismo, supuestamente la misma noche en que nació Alejandro Magno. Plutarco escribe que el monumento estaba desprotegido, pues la diosa Artemisa estaba fuera asistiendo al nacimiento de Alejandro. Las fuentes dicen que el templo fue incendiado por un pirómano llamado Herostrato, que lo hizo solo por fama y notoriedad y fue ejecutado por sus crímenes. Los griegos instituyeron una ley que prohibía a cualquiera pronunciar o escribir su nombre para negarle el reconocimiento que ansiaba. 2.000 años después, está claro que no ha funcionado.
El templo reconstruido fue igual de glorificado, y en su libro fundamental, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, el historiador del siglo XVIII Edward Gibbon escribe que "los sucesivos imperios, el persa, el macedonio y el romano habían reverenciado su santidad y enriquecido su esplendor". Los godos no quedaron tan impresionados y volvieron a quemar el templo en 262 d.C., tras lo cual presumiblemente quedó abandonado hasta su cierre en el siglo IV. En la actualidad, en el emplazamiento de uno de los mayores triunfos de la Antigüedad, solo se yergue desolada una única columna, ensamblada a partir de restos excavados en 1972. Otra sección de una columna del templo se encuentra en el Museo Británico de Londres.
Situado simbólicamente a horcajadas sobre el puerto de Rodas, los barcos visitantes no tenían otra opción que pasar por debajo de su poderosa forma. En esta pintura del siglo XX, el Coloso de Rodas parece algo sacado de una novela de fantasía que de un libro de texto de historia. Por desgracia, esta imagen popular es demasiado buena para ser verdad. La creencia de que el coloso estaba a horcajadas sobre el puerto, con una pierna a cada lado del canal, es una invención medieval ampliamente descartada por los historiadores. Lo más probable es que saludara a los marineros con las piernas cerradas y un brazo extendido.
Sin embargo, existió (al menos eso suponemos) y era bastante grande. Construida a principios del siglo III a.C. por Chares de Lindos para celebrar que Rodas había sobrevivido con éxito a un asedio, la estatua tardó 12 años en hacerse y se fundió completamente en bronce. Con una altura estimada de 32 metros, según Plinio, representaba al dios del sol Helios, asociado durante mucho tiempo con Rodas y sus gentes. "Pocos hombres pueden estrecharla entre sus brazos", escribió Plinio, "y sus dedos son más grandes que los de la mayoría de las estatuas".
El coloso fue la más efímera de las maravillas y, a finales de siglo, yacía destrozado, derribado por un terremoto hacia el 225 a.C. El historiador griego Estrabón afirma que los rodios no se atrevieron a reconstruirlo tras el veredicto desfavorable del oráculo. El historiador griego Estrabón afirma que los rodios no se atrevieron a reconstruirlo tras el veredicto desfavorable del oráculo, por lo que su cuerpo destrozado permaneció intacto en la orilla del puerto durante cientos de años. En el siglo VII, los ejércitos árabes la saquearon para convertirla en chatarra, y se supone que para transportar su forma disecada se necesitaron 900 camellos. Desaparecido, pero no olvidado, las alusiones al coloso siguen salpicando la cultura popular, desde el novelista estadounidense George R.R. Martin hasta Shakespeare.
Es difícil explicar lo antigua que es la Gran Pirámide de Guiza. Construida alrededor del 2500 a.C., es aproximadamente 2.000 años anterior a todas las demás maravillas y ha sobrevivido a cada una de ellas 500 años y contando. La duración combinada de las otras seis maravillas apenas cubre el tiempo que la Gran Pirámide ha permanecido en silencio en el desierto. Hoy, estamos más cerca en el tiempo del reinado de la última faraona Cleopatra que su reinado fue el de la construcción de la pirámide. Prácticamente indestructible, la pirámide fue la estructura hecha por el hombre más alta del mundo durante casi 4.000 años.
La Gran Pirámide es la mayor y más antigua de las Pirámides de Guiza (término que también incluye las vecinas Pirámide de Khafre y Pirámide de Menkaure). Se construyó para albergar el cuerpo del faraón Khufu, de la IV dinastía, en su viaje al más allá. Una proeza de ingeniería antigua apenas creíble, cubre 5 hectáreas, pesa seis millones de toneladas y se estrecha 139 m hacia el cielo. Sus cuatro lados están alineados casi exactamente con los puntos cardinales, y su base está nivelada con una precisión de un par de centímetros. Su color marrón polvoriento refleja ahora el desierto que lo rodea. Sin embargo, en el siglo XXVI a.C. su revestimiento de piedra caliza habría brillado al rojo vivo bajo el deslumbrante sol egipcio.
Durante mucho tiempo se supuso que las pirámides habían sido construidas por esclavos (una apuesta segura en la antigüedad temprana), pero el descubrimiento de una "aldea de trabajadores" en los años ochenta sugirió que la construcción de pirámides era una profesión más respetable. La aldea contenía dormitorios, cortes de carne de primera calidad y tumbas bien amuebladas, todas ellas comodidades de las que nunca habrían disfrutado los esclavos. En cambio, la mano de obra de Guiza estaba dividida en bandas, a menudo con apodos afines al faraón. Los graffiti que se conservan mencionan a los "amigos de Menkaure" y a los "borrachos de Menkaure". Aún no sabemos exactamente cómo se construyeron las pirámides, pero los arqueólogos pueden confirmar que no tuvo nada que ver con extraterrestres. El consenso actual implica rampas, rodillos, trineos y palancas.
Se cuenta que cuando el artista griego Fidias terminó esta poderosa escultura, pieza central del Templo de Zeus en Olimpia, sede de los antiguos Juegos Olímpicos, pidió a Zeus una señal de aprobación. Poco después, el templo fue alcanzado por un rayo. Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad tenían tanto que ver con la religión como con el deporte. Esta estatua representaba la cumbre de la iconografía religiosa cuando se terminó hacia el año 457 a.C. Chapado en marfil y oro, el rey de los dioses aparecía entronizado con un cetro en una mano y una estatua de Nike (la victoria) en la otra.
Siempre resulta tentador idealizar en exceso el mundo antiguo, pero merece la pena recordar que los límites de la ingeniería antigua dieron lugar a maravillas de menor escala de lo que la mente moderna podría suponer. A veces se representa la estatua de Zeus como un imponente monstruo que reducía a los fieles a hormigas en el suelo del templo. Y aunque era ciertamente impresionante, con unos 12 m de altura como mucho, palidece en comparación con figuras más modernas como el Cristo Redentor de Río (30 m) o la Estatua de la Libertad (46 m) de Nueva York.
Según el historiador romano Suetonio, la estatua sobrevivió a duras penas al reinado del maníaco emperador romano Calígula, que al parecer ordenó llevar a Roma las esculturas más famosas de Grecia para sustituir sus cabezas por las suyas. Por suerte para Zeus, Calígula fue asesinado poco después. Sin embargo, el templo no sobrevivió a la prohibición de las Olimpiadas impuesta por Teodosio II en el siglo IV, por lo que el edificio fue saqueado y abandonado. Sus restos esqueléticos fueron arrasados por un terremoto uno o dos siglos después. El destino exacto de la estatua no está tan claro: una leyenda sostiene que fue trasladada a Constantinopla, donde pereció en un incendio.
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